Juan Bautista Alberdi escribió en “Bases y puntos de partida para la Organización Nacional”, el libro que sirvió como documento fundamental y guía para la redacción de la Constitución Argentina de 1853 tan venerado por el gobierno de Javier Milei, que “sin libertad de prensa no hay opinión pública y sin opinión pública no hay libertad”. El ilustre tucumano seguramente generó ese párrafo pensando en que para dar certeza de controles ajenos al poder político ambas cosas deberían estar conectadas de manera indisoluble y de ese modo, reflejó su convicción de que el rol del periodismo sin ataduras resulta esencial para una República de carácter liberal.

Cuando durante la semana, un Decreto gubernamental restringió la facultad de la ciudadanía de tener acceso a la información oficial, algo público por naturaleza, de la cual los periodistas son intermediarios calificados, algo más se rompió en el seguimiento ideológico del prócer que el Gobierno dice hacer. La situación se banalizó al principio, tal como tantas otras cosas en la Argentina, sobre todo si se las deja al arbitrio de la información televisiva y quedó inscripta en la anécdota de los perros presidenciales que habitan la Quinta de Olivos.

Como Milei no quiere que se sepa nada de esos animales, que por su nobleza son su orgullo y parte de su historia personal y dice que nadie tiene por qué averiguar nada sobre ellos porque los gastos los paga de su bolsillo, con esos argumentos tan banales se intentó tapar el fondo de la cuestión, lo lesivo que es dicho Decreto para la transparencia de los actos de cualquier gobierno y no sólo del actual inquilino del Ejecutivo.

En el texto se dice que el gobierno de turno podrá  negar el acceso a la Información Pública solicitada por cualquier ciudadano cuando se trate de “datos privados” de los funcionarios y que también podrá decir que “no” cuando su conocimiento pueda causar “daños y perjuicios” o cuando sean “documentos previos” a un acto de gobierno o cuando haya efectivamente “ausencia de interés público”. No es precisamente lo que dice la Ley y una norma reglamentaria de este estilo sólo sirve para cerrar todos los caminos posibles a una investigación seria.A partir de ese momento, se desató la rueda del rechazo por motivos legales, ya que un Decreto no puede ir contra el fondo de la legislación aprobada por el Congreso. Como las explicaciones de Guillermo Francos allí sonaron a excusas para calmar los ánimos y nada más, son varios los legisladores que van a presentar proyectos de ley al respecto y probablemente, la cuestión llegue a la más alta instancia de la Justicia para que diga si el Ejecutivo de turno puede o no puede cercenar el derecho a la información. Otro motivo más para que Ariel Lijo sea sostenido a sangre y fuego por el Gobierno.

El caso de ese Decreto no ha sido aislado y se ha notado una escalada en la pretensión gubernamental de disputarle espacio a la prensa y, de ser posible, acallarla. En estos tiempos de diatribas permanentes de la Casa Rosada hacia el periodismo, recordar esa cita de las “Bases” no es para nada rebuscado, ya que se trata de una parte básica del pensamiento de quien el gobierno nacional dice tener en el altar de los próceres. Acusar de “basuras, ensobrados, ratas o idiotas” a los periodistas que están del otro lado de la trinchera oficial, tal como se escucha decir a diario, lamentablemente mete ruido y no distiende la situación.

En toda profesión se cuentan muchos de esa calaña y en los medios no hay excepciones, por cierto. Lo más grave es que la catarata de menciones peyorativas nacen del mismísimo presidente de la República y esa actitud hace presumir que él y su entorno están sin dudas interesados en desarmar el control democrático que ejerce la prensa para apuntalar la transparencia que necesita la ciudadanía, aquello que pregonaba Alberdi. Tampoco los desbordes presidenciales son buenos para la tolerancia que todo buen liberal debe exhibir.

Es más que justo concluir entonces que, en el contexto actual, no se trata de simples chabacanerías, porque a la luz de la escalada que se viene observando y a la deriva que ha adoptado el gobierno de Milei se impone el término “hostigamiento” en todo su significado, más como un proceso de acoso a la prensa que como algo aislado. Esto que va creciendo a diario es, sin dudas, algo más serio o grave que un simple insulto, ya que implica un ataque prolongado y elaborado, algo más deliberado y estructurado, casi un plan de demolición.Y en este punto hay que recurrir a la extraordinaria nota de opinión que hace dos días publicó el editor de “The New York Times” en las páginas de su principal competidor, “The Washington Post”, en la que denuncia un plan premeditado de ataques al periodismo que habría nacido en Hungría bajo la batuta del populista de derecha Lukas Orban y que se va desparramando por el mundo para minar a los medios independientes.

En esa columna, Arthur Greg Sulzberger opina que se ha puesto en marcha “un patrón de acción contra la prensa que tiene hilos en común” y destaca a países con diferentes realidades y orientaciones, aunque con el rasgo común de tener fuertes polarizaciones, como Brasil o la India. La nota no nombra ni a la Argentina, ni mucho menos a Donald Trump, el destinatario del mensaje en los Estados Unidos, pero apunta a marcar todos los tips del populismo de cualquier especie y en cualquier lugar del mundo, ya sea ubicado a la izquierda o a la derecha.

El escrito marca cinco puntos de la matriz en común que, de acuerdo a la observación del periodista y a la de otros colegas, tienen todos estos procesos dedicados en primera instancia a bajar la estima de los ciudadanos hacia la prensa, para así bombardearla mejor y finalmente, torcerle el brazo. De acuerdo al leal saber y entender de cada lector, sin paranoias, con la menor cantidad de prejuicios y con una mano en el corazón, cada uno deberá comparar esos rasgos en común para ver si la matriz denunciada, tal como se la reproduce, hoy se está replicando en la Argentina: 

Crear un clima propicio para la represión de los medios, sembrando desconfianza en la opinión pública sobre el periodismo independiente y normalizando el acoso a los periodistas. 

Manipular el sistema legal y regulatorio -como los impuestos, la aplicación de la ley de inmigración y la protección de la privacidad de las personas- para castigar a periodistas y organizaciones de noticias que son percibidos como ofensivos. 

Hacer una explotación de la Justicia, en general a través de causas civiles, para imponer sanciones logísticas y financieras adicionales al periodismo caído en desgracia, incluso con denuncias sin sustento legal. 

Escalar los ataques contra los periodistas y sus empleadores, alentando a los partidarios del poder de otras partes del sector público y privado para que adopten esas mismas tácticas. 

Utilizar los resortes del poder, no solo para castigar a los periodistas independientes, sino también para recompensar a quienes demuestran lealtad y sumisión al gobierno. 

Para el autor del análisis, esto último incluye “ayudar a los seguidores del partido gobernante a obtener el control de los medios de prensa financieramente debilitados por todos los ataques antes mencionados”.Lo notable es que buena parte de las observaciones del periodista podrían ser aplicadas al mismísimo kirchnerismo, que no dejó nada por hacer a la hora de descalificar al periodismo, con uso y abuso de muchos de los mecanismos de ataque que la nota denuncia. En materia de parecidos, aunque el Presidente y Cristina Kirchner tengan cruces ideológicos disfrazados de cruces de técnica económica, la manipulación de la opinión pública y el deseo de tener sólo voces adictas los emparenta una vez más. Ayer, fue “6,7, 8” y el “Paka-paka” kirchnerista y hoy, es el @GordoDan, su troupe de “trolls” y el poder de las redes sociales.Además, Sulzberger hizo saber por qué escribió esa nota en otro medio: “Lo hago desde aquí, desde las páginas de un estimado competidor, porque creo que se trata de un riesgo compartido por toda nuestra profesión y por todos los que dependen de ella”. Este más que fuerte reparo debería ser tomado en cuenta en otros lugares del mundo, ya que pone por delante varias luces de prevención sobre la escalada de un proceso que parece estar reproduciéndose también hoy en la Argentina. La cara de Alberdi, seguramente está más que colorada.